jueves, 4 de febrero de 2021

He leído: El infinito en un junco


 Vallejo. Irene. El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo. Siruela, Madrid 2020. 19ª edición. 452 páginas. 23,70 €.

Hace unos días mi compañera de carrera, y sin embargo amiga, Lucía Lahoz, hoy catedrática de la Universidad de Salamanca, me recomendaba telefónicamente este libro diciendo que era un magnífico ensayo que no podía perderme. Y a fe que lo es.

La obra de Irene Vallejo, escritora y filóloga clásica, lleva un montón de ediciones, ha recibido varios premios (Ojo Crítico de Narrativa, Acción Cívica en defensa de las Humanidades, Promotora de Estudios Latinos…) y elogiosas y merecidas críticas de prestigiosos escritores (Vargas Llosa, Juan-José Millás, Luis Landero…).

Es un metalibro. Es metalenguaje puro. Nos cuenta como el invento del libro vino para quedarse, al igual que la rueda, frente a las agoreras predicciones que anunciaban su desaparición. Usa como hilo conductor la historia/leyenda de la Biblioteca de Alejandría. 

Precisamente comentaba con Lucía que en mi Salamanca natal, lejos de desaparecer, se abren nuevas librerías, si bien en todos los sitios hay algunas que tienen que resistir numantinamente, como la de la película de Coixet.

Lucía Lahoz y yo, durante nuestras épocas de estudiantes y posteriores, hemos dado interminables vueltas a la plaza Mayor de Salamanca, cuales Unamuno y Berrueta, hablando, la mayor de las veces, de libros, y dentro de estos, de Historia del Arte especialmente.

La importancia de dicho invento es crucial para adentrarse en la aventura de leer, en la aventura del saber, en la aventura de viajar con la imaginación, en la aventura, en suma, de vivir.

La lectura del libro que nos ocupa me ha llevado a mi primera experiencia docente en la Escuela de Artes y Oficios de Salamanca. Apenas llevaba leídas unas páginas sentí la imperiosa necesidad de buscar en mi modesta biblioteca dos libros que me sirvieron para ayudar a mis alumnos a entender mejor el arte en los libros, especialmente a los alumnos de Encuadernación Artística. Estos libros son Historia de la Escritura, de Albertine Gaur, e Historia del Libro, de Hipólito Escolar.

En el ensayo la autora nos cuenta como desde antiguo se era consciente de la citada importancia del invento y así se dictaban normas y leyes para su protección. Recuerdo las cartelas de la Librería Antigua de la Universidad de Salamanca: 

HAI EXCOMUNION

RESERVADA A SU SANTIDAD

CONTRA QUALESQUIERA PERSONAS,

QUE QUITAREN, DISTRAXEREN, O DE OTRO CUALQUIER MODO

ENAGENAREN ALGUN LIBRO,

PERGAMINO, O PAPEL

DE ESTA BIBLIOTHECA,

SIN QUE PUEDAN SER ABSUELTAS

HASTA QUE ESTA ESTÉ PERFECTAMENTE REINTEGRADA

Por cierto, no ha mucho que Lucía Lahoz le ha dado una vuelta historigráfica al edificio antiguo de esa institución.

Por otro lado, los libros han sido blanco de los intolerantes y es que, materialmente, arden bien. Afortunadamente al ser extensión de la memoria y de la imaginación (Borges), a la par los libros arden mal, como reza un título de Manuel Rivas.

Al que suscribe también le inoculó el veneno de la lectura su madre (y su tía) contándole y leyéndole cuentos. Luego la adicción aumentó con los tebeos. 

Verdaderamente detrás de cada investigador y/o escritor hay, antes que nada, un gran lector. Incluso este vicio diría que tiene que ver también con la vocación docente; enseñando se aprende, dijo Séneca.

La lectura de este ensayo, además, me ha llevado a recordar mi primer trabajo remunerado. Fue catalogando libros en la deliciosa Biblioteca Infantojuvenil de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez en Salamanca (hoy tristemente cerrada), porque leer es siempre un traslado, un viaje, un irse para encontrarse, según recoge una de las citas con las que se abre el libro. Es de Antonio Basanta. Antonio Basanta ha ocupado diversos cargos de responsabilidad en dicha fundación.

La práctica de la lectura va dejando en nuestro disco duro palabras, citas, frases, párrafos… de nuestros libros preferidos. De todos ellos el mío favorito es el fragmento en el que Lázaro de Tormes recibe por parte del ciego el coscorrón contra el verraco del puente romano de Salamanca y el anciano le dice: Aprende necio, que mozo de ciego un punto más ha de saber que el diablo, porque equivale a veinte mil cursos de coaching.

Por todo lo dicho, tras leer el ensayo de Irene Vallejo, nerudianamente tenemos que confesar que hemos vivido.

Juan José Andrés Matías
Profesor de Historia del CPG

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